El mundo del arte ha sido moldeado durante mucho tiempo por la visión, el trabajo y el liderazgo de las mujeres; sin embargo, solo recientemente la industria ha comenzado a abordar seriamente las desigualdades que han marginado muchas de esas contribuciones. Aunque las mujeres constituyen una mayoría significativa de la fuerza laboral en las artes, siguen enfrentando desafíos estructurales que ralentizan su progreso: desde brechas salariales y escaso acceso a mentoría, hasta la tensión persistente entre la ambición profesional y las obligaciones personales. Pero la marea está cambiando. En todos los sectores del mundo del arte—desde galerías y casas de subastas hasta instituciones y espacios independientes—las mujeres están dando un paso al frente, no solo para reclamar su lugar, sino para transformar por completo el espacio.
Una reciente encuesta a nivel industrial ha ayudado a identificar dónde se encuentran los puntos de presión. Realizado en colaboración con una importante red profesional de mujeres en las artes, el estudio recogió respuestas de más de 2,000 profesionales del mundo del arte, muchos de ellos radicados en EE. UU. y el Reino Unido. Los datos presentan una visión inquietante: problemas como la desigualdad salarial, los caminos de promoción poco claros y el acceso limitado a la mentoría siguen afectando la experiencia diaria y las perspectivas a largo plazo de las mujeres en todos los roles y etapas de su carrera.
Casi una de cada cinco encuestadas cree que gana significativamente menos que sus homólogos masculinos en puestos similares, y muchas señalaron la falta de transparencia en las contrataciones y la compensación como un obstáculo clave para el progreso. Al mismo tiempo, las respuestas coincidieron de forma abrumadora en que la mentoría—especialmente entre generaciones—es una de las herramientas más críticas y eficaces para el crecimiento profesional. Las oportunidades de establecer redes de contactos y el acceso a políticas laborales flexibles también se mencionaron como esenciales para el éxito profesional de las mujeres en el sector.
Estas preocupaciones no son meramente teóricas: han moldeado las carreras de innumerables mujeres en tiempo real, incluidas aquellas en la cúspide de la industria. Un ejemplo es la influyente galerista neoyorquina Marianne Boesky, cuya galería homónima ha contribuido a definir el arte contemporáneo desde mediados de los años noventa. Boesky alcanzó el reconocimiento apoyando a talentos como Takashi Murakami, Yoshitomo Nara y Lisa Yuskavage—artistas que hoy gozan de reconocimiento global. Lo que la distinguió desde el principio fue su disposición a asumir riesgos creativos y su compromiso con voces emergentes, especialmente mujeres y artistas racializados, mucho antes de que la diversidad se convirtiera en un tema común en la industria.
Sin embargo, su carrera no estuvo exenta de obstáculos. Cuando era joven y buscaba financiamiento, le dijeron que necesitaba un cofirmante masculino. Años después, al convertirse en madre, enfrentó escepticismo sobre si podría equilibrar la crianza con la exigencia de dirigir una galería de prestigio internacional. Pero Boesky no solo perseveró—sino que expandió su proyecto. Abrió nuevos espacios en Manhattan y Aspen, colaboró con colegas como Dominique Lévy, y continuó evolucionando su lista de artistas para reflejar una visión más amplia e inclusiva.
Hoy en día, su galería representa a un grupo diverso de artistas, de los cuales más de la mitad son mujeres. Este cambio no siempre fue intencional—según sus propias palabras, simplemente siguió lo que la inspiraba. Pero en los últimos años se ha vuelto más consciente de la importancia de la equidad, la representación y la intencionalidad al construir un programa y un equipo. Ahora forma parte de una generación de líderes que está repensando qué significa el éxito—no solo en términos comerciales, sino en comunidad, colaboración y cuidado.
Esto refleja un patrón más amplio en el mundo del arte. Cada vez más galerías e instituciones reconocen que promover a las mujeres no se trata solo de cifras, sino de crear entornos donde las mujeres puedan prosperar, liderar y redefinir normas. Se trata de desmontar el mito de que la excelencia profesional y la vida personal son excluyentes. Y de reconocer que el liderazgo adopta muchas formas: dirección, mentoría, activismo e innovación.
Para que el cambio real se arraigue, el mundo del arte tendrá que ir más allá. La transparencia en las prácticas de contratación y remuneración, oportunidades significativas de mentoría y políticas institucionales que apoyen el equilibrio entre trabajo y vida personal son pasos esenciales hacia adelante. Pero tal vez aún más importante es un cambio cultural: una disposición colectiva a reconocer los desafíos únicos que enfrentan las mujeres y a celebrar las fortalezas únicas que aportan.
Los datos son claros. Las historias son reales. Y el momento ha llegado. Las mujeres han sido durante mucho tiempo la columna vertebral del mundo del arte—ahora están convirtiéndose en sus arquitectas.